Al verlo, Andrea se asustó.
No podía creer que aquello que tenía el gato en el hocico fuera un dedo y mucho
menos que ese dedo tuviera algo que se le hacía familiar, un anillo. Quiso dar
unos pasos para convencerse de que estaba equivocada, de que el anillo no podía
ser el mismo que ella conocía, pero al hacerlo, aquel gato beige con manchas
negras emitió un maullido de amenaza y salió corriendo rápidamente con el dedo
entre el hocico. Andrea se fue tras de él. Pudo ver como entraba a una de las
habitaciones pero al llegar ahí no
encontró nada. Ni un gato, ni un dedo, ni un anillo.
Sin saber por qué, Andrea llamó
a su mamá.
-¿Mamá?-
Silencio. Andrea salió de la habitación donde se encontraba y se quedó parada a mitad del pasillo buscando al gato entre las esquinas de aquella lúgubre casa. A pesar de que el sol todavía no se ponía, el pasillo estaba oscuro. Clap, clap, clap. Escuchó ruido en la recámara de su mamá.
Silencio. Andrea salió de la habitación donde se encontraba y se quedó parada a mitad del pasillo buscando al gato entre las esquinas de aquella lúgubre casa. A pesar de que el sol todavía no se ponía, el pasillo estaba oscuro. Clap, clap, clap. Escuchó ruido en la recámara de su mamá.
-¿Susana?- ...pero tampoco
recibió respuesta de su hermana.
De nuevo escuchó un ruido. Andrea
caminó con desconfianza hacia la habitación. La puerta estaba abierta. Al entrar a la habitación vio las pequeñas
huellas en la alfombra gris que se dirigían a la cama. El miedo la invadió.
Andrea se inmutó. Encima de la cama con
edredón naranja estaba el gato beige con manchas negras y ojos azules, al lado
de él yacía un cuerpo. Un cuerpo que al igual que el anillo, conocía. Un cuerpo
que no podía confundir con otro. No era necesario dar más pasos para convencerse
de que ese cuerpo sin vida, flagelado y con manchas de sangre era el de ella.
Sus piernas parecían estar fijadas al
piso. Su mirada en aquella escena inverosímil.
El gato observó a Andrea pero sólo pudo
hacer una cosa ante esto, lamer la sangre del cuerpo.
Andrea salió corriendo. Trato de cerrar
la puerta de la habitación para no seguir viendo aquel suceso, pero no la jaló con
la suficiente fuerza como para que se cerrara. La dejó entreabierta. No tenía fuerzas
para correr ni mucho menos para cerrar también la puerta de la casa así que no
trato ni siquiera de hacerlo. Bajo las escaleras, agitada, con miedo, incrédula de
lo que había visto.
Al llegar al pórtico del edificio y
salir hacía la calle, Andrea se detuvo. Ya no estaba agitada, no tenía miedo,
ni mucho menos estaba incrédula. Solo quería caminar, así se sentía libre, podía pensar e imaginar. Disfrutar de la puesta de sol. Caminar por las calles un tanto
solitarias del vecindario.
Apenas eran las seis y ya estaba
oscureciendo cuando Andrea sintió las inmensas ganas de regresar a su casa. No
sabía cómo hacerlo. Debido al trabajo de su mamá se habían mudado varias veces.
No sabía su dirección para tomar un taxi. Siguió caminando hasta que encontró
el edificio donde estaba su casa. Subió las escaleras. Extrañamente vio la
puerta abierta. Entró.