De todas maneras entró. Todo parecía estar en orden: los muebles (aún con las sábanas blancas), las cajas (aún sin desempacar) y las bolsas con los abarrotes que compraron esa mañana.
Andrea caminó hasta su cuarto, pero no podía evitar esa sensación de que algo no andaba del todo bien.

-¿Mamá?

Silencio. Andrea salió otra vez de su cuarto y se quedó parada a mitad del pasillo. Clap, clap, clap. Escuchó ruido en la recámara de su mamá.

-¿Susana?- ...pero su hermana no contestó.

Andrea avanzó sigilosa hacia aquella habitación, la puerta estaba entreabierta. Avanzó otro paso firme y la empujó con la fuerza suficiente para que se abriera de manera lenta y silenciosa.
Había pequeñas huellas en la alfombra gris del cuarto que se dirigían a la cama, pero en la cama no había nadie.
Las siguió con cuidado y vio que se perdían abajo de la cama, así que se agachó y levantó el edredón naranja que colgaba hasta el piso. Lo levantó poco a poco, pero abajo de la cama tampoco había nada ni nadie.
Se incorporó y vio a todas partes de la habitación, estaba inquieta y comenzaba a asustarse. Hasta que escuchó el ruido proveniente del otro lado de la cama, el que no veía.
Era un gato. Un enorme gato color beige con manchas negras le devolvió la mirada a través de sus ojos azules, que eran como de humano, mientras emitía un maullido débil y restregaba su pelaje contra la cama.