EN LA ESTÉTICA DEL DIF
- -Ay hija ¿qué te pasó aquí? ¿por qué estás pelona?
- -¿En dónde? ¡ahh! se me cae el cabello.
- -¡Pero qué raro! tenés harto cabello chiquitito
- -Es que ya está creciendo.
- -Va querer que te pongás FERMODYL para que te crezca más.
- -Si pues.
- -Tons, ¿cómo te lo corto?
Sí, quitarme el cabello era uno de mis placeres culposos. La plática que escribí es una de tantas que tuve cuando me iba a cortar el cabello.
No recuerdo como comencé a tener ese gusto que duró parte de mi adolescencia, lo único que recuerdo es que mi hermana me lo ‘pegó’. Ella a veces acariciaba mi cabello y sin darme cuenta me arrancaba uno. Después se justificaba con el hecho de que si pasaba la raíz en los labios sentiría cosquillitas. Y bajo ese pretexto empecé a quitarme el pelo. Ahora que lo pienso ¿mi hermana era la loca o lo era yo por aceptar su justificación?
Al principio no me arrancaba muchos porque me dolía hacerlo pero cuando fui perdiendo la sensibilidad comencé a quitarme más. El ‘momento ideal’ era cuando veía la televisión. Luego que terminaba el programa, miraba hacia abajo y una alfombra de cabello rodeaba el sillón. Me daba pena que alguien viera eso pero no se comparaba al placer que sentía cuando lo hacía. Pero también lo odiaba y me daba vergüenza porque día a día me quedaba más pelona. Mis peinados e idas las albercas y ríos dieron un cambio. Siempre me preocupaba de que no se me viera la parte sin cabello y con eso evitar preguntas incómodas.
Como buena preservadora de ese gusto, no fui egoísta y lo di a conocer a más personas, a mis primas, mi tía y mi amiga (no escribiré su nombre porque capaz y lo lee).
Duré muchos años así hasta que un día el placer de quitarme el cabello se fue. Ahora luzco una hermosa y exótica cabellera.
Ese ha sido el mayor de mis placeres culposos, siéntanse privilegiados
al saberlo.
Ya sé, se lee como testimonio de Pelones Anónimos pero me voy porque ese bote de tamales no se venderá sólo.